domingo, 16 de octubre de 2011

Discutimos, ¿y qué?


Con un silencio que ocupa toda la habitación ella esconde su cabeza en la almohada. Sabe que esa es una reacción cobarde, y no conseguirá encontrar la solución, pero lo único que quiere es que él no la vea llorar, que no la vea desesperada, suplicando bocanadas de aire.
El mismo silencio es el que le rodea a él. Tumbado a su lado la mira, sin saber que hacer. Sabe que está llorando, y que solo se refugia bajo la almohada para que él no la vea llorar.
El reloj sigue contando los segundos, lentos. El tiempo no cesa, tiempo perdido, piensa ella.
Ella no quiere sufrir más, cada discusión es una astilla más en su pecho, y no puede soportarlo. Él toca su hombro, desesperado, sin saber que hacer. La pide que por favor no llore más, que no puede soportar verla así. Él se arrepiente, y ella lo sabe. Pero su orgullo es mucho más fuerte que todo eso. Ella se levanta, se limpia las lágrimas, y le da la espalda. Mira por la ventana, un triste y lluvioso día gris. Un típico día para estar triste.
Pero esa pareja que se encuentra en esa habitación no es la típica pareja. No tienen una cama de matrimonio, aunque siempre duermen juntos. Lo hacen para no tenerse que alejar ni un solo segundo en toda la noche. Las paredes no tienen espejos ni cuadros, porque eso podría distraer su mirada de lo verdaderamente importante que es mirarse a los ojos. No hay televisión, ni ordenador, solo un pequeño equipo de música y algunos cds.
Ella se gira y le mira a los ojos, en ellos hay sinceridad y tristeza, tristeza por verla así. Ella corre a sus brazos, no lo puede resistir más, se besan y se abrazan en la cama. Solo se escucha su respiración entrecortada y algún que otro, “perdóname” sale de sus bocas. Los “ te quieros” no hacen falta, se pueden leer en cada gesto y cada mirada, en cada beso se puede escuchar un te quiero que sale de sus labios.
Hacen el amor, no como reconciliación, sino como una promesa de no volver a discutir más. Después ella se acurruca en sus brazos y llora. De alegría, de emoción, de ser tan feliz. Porque son los malos momentos los que verdaderamente te hacen disfrutar de las pequeñas alegrías.

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