A veces cree que no la escucho, y quizás tenga razón, pero sabría decir todos y cada uno de los movimientos que hace antes de sonreír. Describiría a la perfección la arruga que se le forma en la comisura de los labios, y cómo frunce el ceño cuando no está feliz del todo .
Podría escribir un poema sobre su pecho, pero no quiero entrar en detalles de ese universo infinito.
Me sé de memoria las marcas que la infancia ha dejado en sus rodillas, y el precipicio de su cuello. He medido a besos el tamaño de sus orejas, y escribí el diccionario de su mirada, para poderla entender.
Puede que no sea suficiente con saber el color de sus mejillas cuando tiene frío o calor, o la altura a la que están sus párpados cuando está triste, y en la línea que se transforman cuando se ríe sin parar.
Puedo reproducir con mil y un instrumentos el sonido de su risa, aunque ninguna melodía sería igual a la original. Y lo largo de sus piernas, y la destreza con sus manos, y con el pelo siempre desconforme.
No me pidáis que hable de las noches sin estrellas, porque ella ya durmió conmigo.
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