Tenemos la vida a medio hacer y el corazón aún se cocina en el horno, pero lo veo desde el cristal y me parece que llora. No sé si será por sus ganas de entrar o de salir de él, pero no lo quiero tocar, que aún está quemando.
Le veo triste, sin fuerzas, anda un poco deshidratado, y tiene algún que otro alfiler clavado, me dice que ha estado hilvanando recuerdos.
Tengo miedo de tocarlo por si lo desarmo con una caricia y se convierte en el polvo de mil cenizas. No quiere hablar y menos ser escuchado.
Al darle la vuelta he visto que ha intentado coserse los pedazos, pero le ha costado encajarlos y las puntadas, desordenadas, aún están sangrando.
Me mira desorientado, no sabe cómo ha ido a parar a mis manos si hace un momento estaba sonriendo en mi pecho, suspirando. Y yo no sé qué decirle, le miro, y me mira llorando, es tan pequeño que solo quiero besarlo, pero me pide que no lo haga, que le queman mis labios.
Y entre lágrimas le acuno entre mis brazos, y mientras se va quedando dormido me doy cuenta que en realidad es a mí a la que le falta algo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario