He decidido echarte de menos tres veces al día. Pero no sé cuándo.
Podría ser al despertar y buscarte sin querer al lado, en la almohada, durmiendo y sonriendo de vez en cuando.
Podría ser con el café del lunes, que me despuerta casi tanto como tú, o con mi manera de ir al baño en bragas, contigo detrás.
Podría ser al ducharme y pensándote tocándome, o con la toalla que tan poco duraba haciendo su función.
También podría recordarte cuando cojo el tren que lleva a ninguna parte, como hacía antes, con la diferencia de que mi destino ya eras tú.
O tal vez entre las sonrisas de los niños que me cruzo por tu calle, o en la mirada cansada de la gente, antagónicos de tu vida.
Podría pensarte cuando tuerzo mi sonrisa, pero eso sería hipocresía, todos sabemos que echar de menos no fue nunca sinónimo de alegría.
Quizás al saltar un charco, tal y como lo hacías, olvidando que las botas de agua seguían bajo tu cama.
O al deshacer la cama, ahora minuciosamente.
Podría echarte de menos al ver a una pareja besarse en el metro, y no creerme ni la mitad de su cuento. O al escuchar cualquier melodía, al releer cualquier texto, al bailar en cualquier parte o al mirarme en los espejos. Quizá pueda echarte más de menos de noche, buscándote entre mis dedos, con la yema acariciando lo que llamabas "mi cuerpo" o en el fuego entre mis piernas, te podría echar de menos...
Tal vez en un instrumento, o en el significado de mis sueños, en una parada de metro o en las cien mil formas distintas de terminar este verso.
"Que no se puede racionalizar un recuerdo. "
No hay comentarios:
Publicar un comentario