miércoles, 10 de diciembre de 2014

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Hay sonrisas encerradas en cárceles, entre las verjas del tiempo que todos nos empeñamos en pintar de colores vivos para no morir. La muerte del alma, debería llamarse.
Hay sonrisas que se empeñan en salir de cada escondite donde habitan adormecidas, esperando una llamada de auxilio. Alguien que aún las necesite. 
Hay sonrisas que se merecen no existir. Y existen. 
Hay sonrisas calladas, entre gritos de aspereza, buscando entre cubos de basura algún sentimiento que no tenga nada que ver con todo esto. 
Hay sonrisas baratas, que se venden a la primera de cambio. 
Hay sonrisas tan bonitas que duelen, y no me incluyo en este sector, pero a veces se me vuelca el corazón al recordar la tuya aquella tarde...
Hay sonrisas que huyen, creyéndose incapaces de llegar a la altura de unos ojos que lo dicen todo.
Hay sonrisas que gritan como queriendo no decir nada. 
Hay sonrisas que, calladas, dicen más que cualquier lengua bien entrenada. 
Y luego estás tú. Que te empeñas en buscar aquello que no sabes si existe, que los casos pedidos han dejado de serlo hace tiempo para pasar a ser, simplemente, olvido, que habitas en lugares donde ojalá hubiese al menos soñado estar. 
Ojalá me entiendas cuando digo lo bien que te sientan algunos verbos, que yo aún sigo buscando mis pretéritos perfectos con complejo de futuro. Que callo cuando no debo, y que callada, aún callada, sigo corriendo detrás de lo que creo distinguir como un destello. 
Que ojalá no entiendas nada, y me quede expectante de ganas por confirmar, una vez más, que mucha letra y poca labia. Que no sé ni la mitad de la mitad de la mitad de lo que sabré mañana, y menos mal. Que me han hecho falta tres piedras para darme cuenta dónde cojones andaba el camino... que he tenido que desandar tanto que me perdí. Y me encontré al cabo del tiempo... 
Buscando tu sonrisa de nuevo. 

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