lunes, 12 de enero de 2015

Subía de dos en dos los ventiseis escalones que había hasta el último piso de la casa, abría con cuidado el picaporte redondo y dorado, que siempre se resbalaba por llevar las manos mojadas. Pasaba a hurtadillas por la habitación, el suelo de madera chirriaba a cada paso que daba. La penumbra de aquel cuarto me asustaba, veía sombras pero ninguna me hacía retroceder. "Vamos, tienes que volver a hacerlo" me repetía. Caminaba con tanto cuidado que solo escuchaba el fuerte latido de mi propio corazón.
Llegaba a la pared donde soplaba la capa de polvo que intentaba esconder un baúl oxidado, subía lentamente de rodillas y me ponía de pie, al principio de puntillas, más tarde dejó de ser necesario. Tiraba de una anilla para poder levantar la tela opaca que me privaba de aquel espectáculo tan ansiado.
Lo que después veía me hacía volar de aquel lugar durante al menos unas horas. La magia de aquel momento no lo creía comparable a ninguna otra cosa, sería capaz de cruzar el cielo mil veces solo por volverla a ver. No creía en los dioses de los que tanto me hablaban, no creía en los adultos ni en los niños, no creía en los deseos ni en los reyes magos. No creía ni la mitad de lo que veía. Pero lo que tenía ante mis ojos era real, como el sol que asomaba bajo la persiana por las mañanas. Y yo lo sabía. Dejaría de dormir cada noche solo para volverla a ver.
Toqué el cristal como queriendo tocarla a ella, cerré los ojos con fuerza y sonreí, "algún día..." me repetía.
Ojalá hubiese escuchado a ese niño más alto, ojalá hubiese vuelto a ir cada noche a encontrarme con ella, ojalá no haber faltado a mi cita aquel día.
Me cerraron las puertas de mi cielo para abrirme los ojos al mundo y dejar de ver cosas en las que solo yo creía. Me negaban la existencia de magia por allí arriba. Aseguraban que las sombras que yo veía eran viejos objetos que no servían. Al principio lloraba lágrimas de rabia, después vino la decepción y el dolor de perder aquello que más quería. Me robaron la sonrisa con la misma facilidad con la que me abofetearon a golpes de realidad. Tapiaron las ventanas al mundo. Me hicieron mirar por unas gafas que no me servían.
Pero acabé cayendo. Las fuerzas me hicieron creer que me inventé aquello que años atrás veía, me ataron manos y pies a unas creencias que no eran las mías. Me secuestraron los ideales. Y yo me perdía...
Ahora han pasado quince años y escribo esto desde el último de los ventiseis escalones que suben hacia mi vida, no tengo el valor suficiente de girar el picaporte. He conseguido volver para comprobar que era yo mismo el que mentía. Lo hago, se me resbala de nuevo en la palma de la mano, los nervios me delatan. Abro la puerta y chirría. Todo tal y como recordaba, el suelo de madera y las sombras tras cada esquina. Camino despacio, que nadie escuche que el polvo y el pasado se están mezclando en esta habitación. Veo el baúl y lo aparto, me agacho y sonrío, el paso del tiempo cambia algunas cosas.
Entre el índice y el pulgar sostengo la anilla de la tela opaca que me separa de mi pasado y mi futuro.
Me detengo, con el corazón desbocado. No sé qué pretendo encontrar, si la realidad de haber sido engañado o en cambio, la mentira de que me hayan dicho la verdad. Tomo aire y aprieto los ojos "vamos, tienes que volver a hacerlo" y al abrirlos descubro, de nuevo aquella maravilla, toco con los dedos el cristal, de nuevo. Se me empañan los ojos... "Ya eres mía"

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